Por: 𝒢𝒶𝓈𝓉𝒶𝓃𝒹𝑜 𝒯𝒾𝓃𝓉𝒶 🖋️
En política, las casualidades no existen. Existen, eso sí, los tiempos “oportunos”, los silencios planificados y las irrupciones públicas que parecen espontáneas… pero jamás lo son. El reciente asomo editorial de Andrés Manuel López Obrador con su libro “Grandeza” llegó justo cuando la arena política se revuelve, cuando la oposición ensaya discursos prestados y la ultraderecha intenta imponer un relato de decadencia y caos que, curiosamente, solo ellos parecen ver.
No es casual —porque nada lo es— que el expresidente decida volver al debate nacional reivindicando el legado de los pueblos originarios. Mientras algunos se desgarran la camisa por la presencia del exmandatario en la discusión pública, él opta por recordar que México no nació con los influencers de traje azul ni con los analistas de sobremesa que hablan del “México moderno” como quien habla de un club privado.
El mensaje es sutil, pero contundente: el proyecto político que él impulsó no se plantó sobre ocurrencias, sino sobre una narrativa histórica de larga data, una que incomoda a quienes prefieren un país amnésico, moldeable y obediente.
El ruido reciente tampoco es menor. La derecha continental atraviesa un momento extraño: quiere ser revolucionaria sin romper un plato, antisistema desde el escaño, libertaria pero profundamente corporativa. Una mezcla rara que se sostiene más por marketing que por ideología. Y desde ahí lanzan ataques, denuncias y cruzadas morales contra todo lo que huela a cambio estructural.
López Obrador, con toda intención, lanza un libro. Un libro, sí… esa herramienta tan simple que suele asustar más que un mitin.
Lo interesante no es la publicación, sino la reacción. Porque mientras “Grandeza” habla de identidad, cultura y origen, la respuesta de sus detractores no habla de México: habla de ellos mismos. De su incomodidad ante un país que no termina de obedecerles. De su molestia contra un movimiento que, con sus claroscuros, sigue teniendo arraigo donde las élites jamás miraron.
Al final, más allá del debate político, el libro reaparece como recordatorio: la disputa no es por un cargo, sino por el relato. Y en política, quien controla el relato tiene media victoria en la bolsa.
Los tiempos vuelven a moverse. Las piezas también. Y como siempre, en esta larga partida, la tinta llega primero que los discursos oficiales.
Porque el poder, ese viejo animal, nunca deja de escribir su propia historia… pero siempre teme a quien decide escribir la suya.

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